viernes, 10 de julio de 2015

Rescate en Ciudad Universitaria.


Promediaba la tarde. Carlos y Silvia estaban por comenzar su retirada. Terminaba una interesante tarde de observaciòn en la que un movedizo caburè chico nos tuvo corriendo de àrbol en àrbol en la parte de atràs del Pabellòn III, exponièndose a veces, ocultàndose otras, volviendo siempre.
La hembra del varillero negro, muy expuesta ella, fue el otro punto alto de la jornada. Insaciables, como siempre, los demàs pajaròlogos decidimos ir hasta el fondo del canal, casi al frente del Pabellòn III, por si la suerte ( que es grela, como se menciona en Yira Yira) nos deparaba otro grato momento, mostràndonos al esquivo tachurì siete colores u otro bichito deseado.
Entonces, alguno de nosotros lo observò. Del otro lado del terraplèn y del canal,  un hocò colorado juvenil, seguramente inexperto en el arte de alimentarse, habìa enganchado su pico en un trapo que estaba atado a una rama. El trapo mostraba un extremo en la rama y otro, invisible, dentro del pico del hocò, que tironeaba desesperada e infructuosamente para liberarse.
Desde nuestro punto de observaciòn se veìan los esfuerzos que hacìa el bicho, sus tironeos, sus cortos vuelos hasta donde le permitìa la longitud del trapo. Se asemejaban a los tironeos de un perro atado a una cadena, inùtiles de toda inutilidad. La suerte, que seguramente es grela, nos estaba deparando un mal momento. Las mujeres del grupo expresaban sus sentimientos de pesar por el bicho, pero a todos nos golpeaba igualmente. Màs aùn cuando Carlos,que ya en retirada  habìa sido llamado por el grupo confiando en que su saber resolverìa la situaciòn, sentenciò: - Si no se suelta va a morir.  Allì se redoblaron los lamentos y comenzamos a tirar piedras al agua con el afan de asustar al hocò e insuflarle màs fuerza para liberarse. Todo fue inùtil.
En tanto Carlos y Silvia caminaban hacia el fondo del Pabellòn III,  se acercaba un adolescente en sentido contrario. Al llegar junto a nosotros nos mirò extrañado sin comprender nuestras manifestaciones de pesar. - Es un pato-dijo- y siguiò caminando.
Una de las chicas aconsejò decir que se habìa liberado, pensando que podìa tirarle piedras y lastimarlo. Eso hicimos, haciendo gala de nuestro prejuicio.  El adolescente, màs extrañado aùn nos espetò:    - Allì està el pato.
Acto seguido todo sucediò muy vertiginosamente. Decididamente se dirigiò hasta la barranca, se sacò los pantalones y desoyendo nuestros consejos y hasta ruegos, se mandò barranca abajo llegando al borde del canal.  Tito le pidiò que tuviera cuidado ya que el pico del hocò es muy grande y filoso y podìa salir lastimado. Las chicas  pensaban en la altura de la barranca y -sobre todo- en el agua, seguramente frìa, contaminada y hedionda. El joven nos mirò, dominador de la situaciòn y antes de mandarse nos dijo sobrador : - Yo los conozco a estos patos.
Caminò por un tronco que asomaba sobre el agua, se introdujo en el canal y cuando estaba acercàndose a la otra orilla la adrenalina del hocò ( o la sustancia que èl segregue) debe haber subido a su màximo posible. El ave realizò un formidable tironeo y el extremo antes invisible del trapo saliò de su pico, dejàndolo libre. Ràpidamente volò alejàndose del lugar.
La preocupaciòn y tristeza se tornò en manifestaciones de alegrìa en el grupo de pajaròlogos. El joven, sin entender la causa de tanto alboroto por un "pato", sintiendo que habìa cumplido con su misiòn comentò: -Ya està. Inmediatamente trepò la barranca sin imaginar lo que sucederìa.
Al ver volar al hocò Jorge comenzò a juntar dinero para premiar la acciòn y llegò a obtener cuarenta pesos. Apenas el hèroe rescatista subiò la barranca le otorgò el merecido premio.
- Gracias Don- fue lo ùnico que atinò a decir y se alejò para el lado contrario de donde habìa venido, supusimos nosotros que màs extrañado que nunca y orgulloso de su acciòn. No tanto por el destino del "pato" sino por su manifestaciòn de valentìa ante un extraño grupo que por mucho binocular y mucha càmara que tuviera no habìa podido lo que èl, con sòlo su decisiòn y destreza fìsica: salvar al "pato".
Nuestras posteriores reflexiones fueron desopilantes. Nos imaginamos a este chico esperàndonos el sàbado pròximo con un "pato" atado para ganarse otros cuarenta pesos, liberàndolo luego ante nuestra vista. Tambièn pensamos que si alguien le preguntaba como habìa obtenido el dinero, relatando la verdad de los hechos se convertìa automàticamente en candidato al Borda. Miràndonos a nosotros mismos nos pareciò fellinesca la situaciòn, cuanto menos:  rara, poco creible. Tanto que el propio Carlos, cuando Jorge le contò, no creyò el final del cuento. Ante la incredulidad de Carlos, Jorge le dijo que nos preguntara a nosotros, que, segùn  èl, somos personas serias.
Valga este relato y las pruebas fotogràficas adjuntas para reivindicar a Jorge y mostrar a la vìctima y al hèroe de la tarde.

C y T
Abril de 2010







 



 





 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario